(Finalista III Premio Algazara de Microrrelatos 2010, España)
Respiró aliviado. La angustiosa caminata llegaba a su fin. Era un adolescente cuando descubrió la dulzura de aquella calle, y aunque habían pasado veinte años, pudo constatar que, para su fortuna, Dios no se había manifestado en toda su crueldad.
Se arregló el pelo y empezó a caminar lentamente. A medida que avanzaba, una amplia sonrisa se instaló en su rostro, al tiempo que salidas de la nada, iban apareciendo amorosas luciérnagas que primero tímidas y luego confiadas, se le acercaban y danzaban a su alrededor. ¿Cómo no iba a estar feliz? Poco a poco iban cediendo las telarañas de la seriedad con que se había vestido en la adultez y donde antes había un callejón oscuro como su soledad, ahora se abrían paso titilando y alborotadas, una decena de vaginas encendidas.
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